Brillantes y turbados
Fundación OSDE. Buenos Aires, Argentina
Agosto 2018.
Texto por Juan Laxagueborde
Hacer el papel de piedra
El arte del cuerpo es no volver a dañarse con lo que lo estructuró para mal. Hay toda una serie de terapias que contribuyen a esta contienda entre realidad y uno mismo para intentar dejarnos del lado de la calma que prepara para tormentas. Se nota que Agustina Quiles tiene una relación danzarina y libre con su cuerpo porque puede distinguirse de su obra y crearla totalmente. En esta muestra hay una proyección de sus pasos corporales que lo indican. Pero el daño del mundo está en esos papeles pintados mil veces que parecen quejarse por los agujeros por donde a su vez respiran. Pese al amor con que los trata su pintora, las marcas son más de guerra que de romance: en esta sensación existe una alegoría.
El arte entonces está contrastado y se nota bien. No hay postura en la artista que se parezca a lo que hace. La danza está en su mente y en sus manos de pintora que vienen de su cuerpo como una totalidad, una máquina imprevisible (qué paradoja) que produce esos rectángulos que cuelgan ahora de la Fundación OSDE, pero podrían colgar de cualquier lugar y decirnos lo mismo: tenemos la razón del enfermo y la paciencia de la piedra. La muestra tiene un nombre que describe lo hecho: Brillantes y Turbados.
Las obras son pura forma. No importa el color ni importa tanto el papel. La función del material es establecerse como algo inventado, único. Agustina Quiles logró dejar ahí su cuerpo. Su cuerpo esculpido en el papel que pinta. Su cuerpo donado en la obra. Son cinco papeles que están pulidos como piedras, que parecen pesar como lajas. Son cinco telas puestas una tras la otra, separadas al nacer del montaje por treinta centímetros que permiten el pasaje raro del espectador. No importa el espacio fastidioso que le cedió la Fundación, cuando la obra es buena donde la dispongas te remata.
El video que está en la otra sala es una muestra de morfología corporal y considera bien la situación colgada de los papeles, que tienen la tensión de las medias reses a punto de bajar del camión a la faena del carnicero. Hay algo de su forma de moverse (con cadencia de marioneta sin ganas de tanto) y de los papeles que cuelgan, que hace que el papel y el cuerpo se consideren uno a otro. El papel es el territorio de acción de la fuerza del cuerpo y el cuerpo se mueve como el papel colgante. El cuerpo es una bambalina y el papel es el teatro de la artista que lo transforma sin importarle la facha.
Hay algo abigarrado o claustrofóbico en la sala de los papeles y algo más liberado e infinito, algo expandido donde se puede respirar, en la sala más oscurecida donde está el video. Los cinco papeles se dejan llevar desdeñando la perspectiva. Cuando los visitamos son anfitriones perezosos que no nos hacen lugar porque están enfermos, como si viniesen de la guerra o del potrero. Todos apretados. El espectador no puede sino mirarlos de cerca.
En la sala grande de la Fundación hay una retrospectiva de Garabito, que nos encanta con la melancolía de sus cuadros más viejos. Cuando la fecha de las obras se va acercando al presente todo se actualiza y la memoria se aggiorna a las imágenes. Es algo que uno vivió y recuerda con realismo. En cambio, si algo fue realista en 1970, el tiempo lo torna melancólico y eso le da la pátina de bruma que los de, pongamos 2005, no tienen. Todo el lugar es difícil, con esa escalera de palacete, la gravitación médica del nombre y cierta frialdad general. Pero los papeles/piedras de Agustina Quiles penden ignorando el contexto, hablando desde la forma porque están en forma verdadera. Porque está ahí el lenguaje del amor y del daño expresándose sincero.